Aprendizaje milenario
Líder mundial en tecnología e innovación, el pueblo japonés ostenta hoy una de las más avanzadas culturas de adaptación al cambio. El célebre cruce peatonal de Shibuya, en el corazón de Tokio, es una metáfora perfecta de la identidad nacional de una civilización donde pasado y futuro, templos y rascacielos se superponen y entreveran en perfecta armonía. No creamos, sin embargo, que la cuna de los samuráis nació siendo el gigante tecnológico que hoy conocemos. De hecho, la cultura nipona es el feliz resultado de un cuidadoso proceso prolongado por años.
La capacidad de ver y conectar con lo majestuoso en lo aparentemente infecundo, así como de adaptar y optimizar los pocos recursos para modelar verdaderas obras de arte son rasgos distintivos de la idiosincrasia japonesa. Siglo tras siglo, bajo el azote constante de terremotos, tsunamis y tifones, los habitantes del país insular aprendieron a internalizar con paciente resiliencia las enseñanzas del ciclo vital de la sakura, de aquel árbol de cerezo cuyas hermosas flores despuntan, paradójicamente, en medio del más crudo invierno. No es coincidencia que esta misma civilización haya desarrollado el minucioso oficio de cultivar hermosas y delicadas miniaturas de arte a partir de insignificantes ramitas, aún en los recipientes menos adecuados (¡vívida analogía de su propia historia!)
Japón, para sorpresa del mundo –pero no para la de sus propios habitantes–, llegaría a levantarse literalmente de las cenizas (tras los estragos de dos bombas nucleares), logrando ser en cuestión de décadas una de los mercados comerciales, industriales y financieros más pujantes y sólidos alrededor del mundo. ¿Cuál fue el secreto detrás del así llamado milagro económico japonés?
Más allá de los procesos
Este secreto tuvo nombre, o, mejor aún, nombre y apellido. Se trata de Taiichi Ohno, artífice de una metodología que revolucionaría para siempre el mercado. Corría el año 1973 cuando la OPEP (Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo) decidió restringir la exportación del oro negroa Estados Unidos y aliados, a modo de sanción contra el apoyo occidental a Israel durante la Guerra del Yom Kippur. Era la noche para la hegemonía de Ford, empresa americana que había capitalizado durante años el liderato del rubro automotriz. Para Toyota, sin embargo, el alza del petróleo y la estrepitosa debacle del mercado eran la ocasión perfecta para cambiar los paradigmas. Nuevas condiciones, nuevas necesidades: una oportunidad de mejora, por ende, para rediseñar profundamente el modo como era concebida la manufactura desde antaño.
Toyota comprendió que la volatilidad y vertiginoso crecimiento del mercado automotriz precisaba de metodologías rápidas de diseño industrial, donde se auspicie tanto la autonomía como la cooperatividad horizontal de los funcionarios a fin de eliminar los excedentes innecesarios y optimizar los procesos de producción, para entregar así, justo a tiempo, los vehículos que los clientes demandaban. Agilidad, flexibilidad, simplicidad y accountability fueron los principios que transfiguraron la industria automovilística, catapultando a Toyota y, con ello, a Japón, a las más altas cumbres del mercado automotriz.
Just in Time –la metodología implementada por Taiichi Ohno– siempre fue más que un proceso industrial: es el vivo reflejo de una filosofía milenaria signada por el amor al cambio y la inmensa pasión por aprender. De ahí que, indudablemente, tildar de milagro el renacer financiero japonés no sea quizás la expresión más feliz. Milagroso es algo inesperado y sin explicación, y, definitivamente, cuanto se planificó, ejecutó y perfeccionó durante dos décadas, a punta de ensayo-error, no tuvo nada de fortuito y misterioso.
La mentalidad hace la diferencia
Para adoptar el cambio como estilo de vida, hace falta mudar de mentalidad. El caso de Japón, en este sentido, resulta ilustrativo y emblemático. Kaizenes la palabra japonesa que designa a cabalidad la actitud a adoptar: se trata de promover una cultura de innovación continua, donde facilitemos y agilicemos la transformación en lugar de imposibilitarla.
La vida es cambio. Germinan las semillas, florecen los brotes, los frutos surgen y, eventualmente, las plantas mueren. Del mismo modo, los seres humanos nacemos, crecemos y pasamos. Los años van y vienen: primero gateando, luego marchando y, al final, corriendo. Porque fuimos los niños de ayer, hemos llegado a ser, día a día, paso a paso, los adultos del presente.
Nadie duda de que los cambios son buenos y, a veces, necesarios. No obstante, nadie duda tampoco que todo cambio genera resistencia. Naturalmente, cuando las cosas van bien, es sensato que queramos mantener el statu quo. El problema arriba cuando el desafío de cambio se torna impostergable y procrastinar deja de ser una opción. De hecho, cuanto más profunda y radical sea la transformación a realizar, más se verán amenazados el equilibrio y la simbiosis, creciendo exponencialmente las fricciones y las dificultades por alterar el sistema con eficacia.
¿Para qué esperar hasta el último minuto? ¿Para qué ser reactivos ante el cambio, si podemos adelantarnos al mismo? Esta es la inmensa diferencia entre los pequeños y grandes líderes. Los gigantes del liderazgo no solo miraron sin desprecio la gestión del cambio: aprendieron a ser íntimos amigos de la innovación continua, así como férreos enemigos del aburguesamiento de quienes se instalan inamoviblemente en el presente.
Japón no se cansa de proponer y proponer novedad. Empresas legendarias de la talla de Epson, Samsung, Sony y Nintendo no dejan de reinventarse. Startups de la talla de Spiber, Crowdport y Axelspace figuran en el Disrupt 100 de los últimos años. La cultura nipona es y debe ser siempre fuente de inspiración para el mundo. Vivo ejemplo de amor apasionado por el cambio, innovación y cultura son sinónimos para los pobladores de esta icónica isla oriental.
excelente…