ARCHIPIÉLAGO DIGITAL

Renzo Chavez
24 septiembre, 2018

INTERCONECTADOS

Nos comunicamos con colegas, familiares o amigos; hacemos compras y pagamos deudas; buscamos información y accedemos a noticias; trabajamos, investigamos, aprendemos y hasta recibimos o impartimos cursos; jugamos, escuchamos música, descansamos. Internet ha cambiado nuestras vidas: prácticamente, casi toda actividad de nuestro día a día la realizamos por esta vía.

Lo digital es parte esencial de nuestra vida. ¿Lo sabías? Imagino que sí. Pero, seamos sinceros: ¿en verdad tienes idea de cuán indispensables son hoy las redes sociales, los smartphones, las apps y, al fin de cuentas, el internet para nuestro día a día?

Si te dijera que alrededor de 4 billones de personas -¡más de la mitad de la población mundial!– usa Internet, ¿me creerías? ¿Te sorprendería si te dijera que existen cerca de 3 billones de usuarios activos en redes sociales (llámese en Facebook, Twitter, LinkedIn, Instagram, Snapchat, YouTube, o quizás en alguna otra de la que jamás has oído palabra, tal como Vkontakte, Sina Weibo o QZone)? ¿Y si te contara que más de 5 billones de personas cuentan con un teléfono móvil, y que la mitad de estos usan smartphones? ¿Sabías, acaso, que hoy, 2018, una persona promedio pasa un aproximado de 6 horas navegando en internet al día?

Año tras año, estas cifras crecen a ritmo exponencial. Solo por citar un ejemplo, desde enero de 2017, más de 248 millones de personas han empezado a usar internet (+8%); más de 362 millones se han integrado al mundo de las redes sociales (+13%); más de 218 millones disponen por primera vez de un teléfono móvil (+4%); más de 360 millones acceden ahora a su red social preferida a través de su teléfono (+14%).

Quizás todas estas cifras te resulten nuevas. Sin lugar a dudas, cuando leí por primera vez el 2018 Global Digital Report –elaborado conjuntamente por We Are Social y Hootsuite–, yo también me quede boquiabierto. Vivimos el auge de la conectividad. Es más, podríamos decir –sin miedo a exagerar– que vivimos hiper-conectados.

EL PROFETA DE LO DIGITAL

Aunque suene sorprendente, existió un personaje que, adelantándose a su época, vaticinó mucho de lo que hoy vivimos. Se trata de Marshall McLuhan (1911-1980), reconocido intelectual canadiense y visionario de la sociedad de la información. McLuhan se empeñó en predicar el gigantesco crecimiento que habrían de experimentar los novedosos medios de difusión masiva –“gigantes dormidos”, como gustaba llamarlos–, así como el impacto irreversible que estos habrían de generar sobre el desarrollo de la sociedad.
Marshall McLuhan vislumbró una sociedad donde las tecnologías facilitarían la creación, distribución y manipulación de la data; donde estas jugarían un papel esencial en las actividades sociales, culturales y económicas. En su época, postuló la locura de una sociedad donde llegaría a desaparecer la prensa escrita. En pleno siglo XX, este intelectual pronosticó avances tecnológicos que en su momento sonaban a utopía: “una computadora, como instrumento de investigación y comunicación, será capaz de aumentar la recuperación de información, hacer obsoleta la organización masiva de las bibliotecas, recuperar la función enciclopédica del individuo y transformarla en una línea privada de comercializables rápidamente personalizados”. Cualquier parecido con Google o Wikipedia son pura coincidencia.

Según su teoría, la historia humana habría de dividirse en cuatro épocas: la era acústica, la era literaria, la era de la impresión y la era electrónica. En 1962, justo cuando aparecía la televisión como el avance del siglo, publicó The Gutenberg Galaxy (La Galaxia Gutenberg), señalando el inicio de la cuarta era (la electrónica, ¡nuestra era!), época en la que todos tendrían acceso a la misma información a través de la tecnología, formando una verdadera aldea global donde todos los habitantes del planeta empezarían a conocerse entre sí y a comunicarse de manera instantánea y directa. La llegada de Internet hizo de esta aldea global una realidad.

DE LA ALDEA GLOBAL AL ARCHIPIÉLAGO DIGITAL

Howard Gardner y Katie Davis, en su obra La Generación APP, sostienen el indudable valor de la conectividad digital. Esta “facilita que amigos y familiares mantengan el contacto a pesar de la distancia geográfica, permite que jóvenes con intereses similares se encuentren y se relacionen, y consigue que a algunos jóvenes les resulte más fácil comunicar lo que sienten. Sin embargo –continúan– es muy posible que la comunicación mediada por la tecnología tenga un lado oscuro”.

¿A qué se refieren con lado oscuro? Pensemos desde la experiencia. ¿Nunca te ha pasado que, estando en una mesa con muchos familiares, colegas o incluso amigos que no ves desde hace mucho, en lugar de dialogar entre sí, cada cual anda inmerso en su propio smartphone, sea revisando las últimas noticias, los interminables posts en el wall de Facebook, las mejores Insta-Stories –¡antes de que desaparezcan!–, los virales challenges en Youtube, o hasta riendo en voz alta con los infaltables memes? Un clásico, ¿no es así? Y esto, que nos parece tan común ahora, revela una increíble paradoja propia de la era digital: vivimos cada vez más conectados, pero las conexiones son cada vez menos reales.

Y es que, a decir de Howard Gardner, “aunque las aplicaciones nos permiten llevar a cabo multitud de operaciones, es muy posible que no sean adecuadas como soporte de la conexión profunda que sustenta y alimenta las relaciones personales”. O, en pocas palabras, en tiempos de la aldea global, existe la posibilidad real de vivir como islas, o, al menos, cual archipiélagos… ¡Tan cerca y tan lejos!

Quizás te preguntes: ¿cómo es posible que la tecnología diseñada para conectar a las personas nos haga sentir menos conectados? Tal como profundizaremos a continuación, que los medios digitales promuevan el aislamiento o la conexión de los jóvenes dependerá de su propia orientación hacia estos medios. El quid del asunto está en reconocer si somos app-dependientes o app-competentes. Es decir, ¿utilizamos las aplicaciones para intensificar las relaciones cara a cara o para sustituirlas?

¿APP-DEPENDIENTES O APP-COMPETENTES?

“¿De qué manera ha afectado la conectividad sin precedentes que ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación a nuestros vínculos profundos y a largo plazo con otras personas?” –cuestionan Gardner y Davis–. Fruto de sus pesquisas, los autores nos ofrecen una serie de consideraciones. Resumimos algunas de ellas a continuación:

  • Internet permite trascender las barreras geográficas y temporales, pero, además, ha alterado las reglas del lenguaje: qué se puede decir, cómo, cuándo y a quién.
  • El teléfono móvil intensifica la sensación de estar conectado socialmente, por lo que la necesidad de buscar relaciones sociales en otros lugares, más allá de nuestro círculo, se reduce. Los algoritmos de las redes, queriendo mostrarnos lo que supuestamente queremos ver, nos muestran únicamente ideas y personas parecidas a nosotros.
  •  Las interacciones sociales son más públicas que antes (pensemos en el muro de Facebook), pero existe el riesgo de que sean menos íntimas. El medio preferido para conversaciones más profundas es la mensajería instantánea (antes, incluso, que un diálogo cara a cara). Sin embargo, la comunicación a través de la pantalla elimina la necesidad de asumir riesgos emocionales en nuestras relaciones: es más fácil pensar en lo que queremos decir, decirlo desde la distancia y evitar así el malestar de las reacciones sin filtro y a veces inesperadas de los demás. La poca vulnerabilidad impide conectar con los demás honesta y significativamente: sin exponernos, difícilmente podremos ponernos en lugar del otro (menor empatía).
  • La mentalidad de las aplicaciones sustenta la creencia de que las personas, al igual que la información, los productos y los servicios, están siempre disponibles. Existe el riesgo de ver a los demás como meros objetos a los que podemos acceder y, además, solo en las facetas que nos resultan útiles, nos consuelan o nos entretienen.
  •  Somos conscientes del potencial de interrupción que tienen las nuevas tecnologías de comunicación, pudiendo llegar a ser muy invasivas. Esto es especialmente visible en las llamadas ‘familias post-familiares’, cuyos miembros pasan más tiempo interactuando con sus aparatos electrónicos que entre ellos mismos.
  • Las redes sociales aumentan la experiencia de aislamiento. Nos sentimos solos cuando no tenemos acceso a nuestros dispositivos móviles por un tiempo. Además, solemos pasar horas siguiendo los logros de ‘amigos’ (¿o meros conocidos?), quienes parecen llevar una vida más interesante, satisfactoria y entretenida que la propia, y con quienes implícitamente nos comparamos y competimos.

Lejos de desacreditar a las nuevas tecnologías, Gardner insiste en que, pese a los posibles riesgos, “la actividad en medios digitales puede beneficiar sobremanera las relaciones interpersonales. […] Los jóvenes no se valen de las comunicaciones en línea para sustituir la comunicación cara a cara, sino más bien para ampliarla. […] Las comunicaciones en línea pueden reforzar la sensación de pertenencia a un grupo y facilitar la apertura emocional. Los medios digitales pueden ser especialmente beneficiosos para los jóvenes que se enfrentan al ostracismo en la vida real, porque pueden ayudarlos a encontrar o a forjar la sensación de pertenencia a una comunidad en línea acogedora”.

En última instancia, el quid del asunto consiste en el modo como empleemos las nuevas tecnologías. Estas –a decir de los autores– son atajos para que la interacción con los demás sea mucho más rápida y fácil y mucho menos arriesgada. Si se usan con moderación y con el objetivo de intensificar el contacto cara a cara en lugar de sustituirlo, las aplicaciones nos capacitan para establecer relaciones significativas y, en el mejor de los casos, nos ayudan a reforzar y profundizar nuestros vínculos personales.

¿Qué concluimos de todo lo expuesto? Que, sin lugar a dudas, vivimos en un mundo digital. Que, definitivamente, somos aquella aldea global que Marshall McLuhan profetizó. Más aún. Que a veces vivimos cual archipiélago… ¡tan híper-conectados, pero tan solos! ¿Tienen que ser así las cosas? Claro que no. Hoy estamos ante una disyuntiva: ¿ser o no ser app-competentes? Esa es la cuestión. He ahí el dilema.

 

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