Renzo Chavez
25 enero, 2022

Por qué el talento está sobrevalorado

“Rebotar” de Matthew Syed (2010) es una obra maestra que parte de una tesis bastante controversial: los genios no existen y el talento está demasiado sobrevalorado. Es distinto oír algo así viniendo de un académico que de un distinguido excampeón mundial de tenis de mesa, como lo es el autor. Pero, venga de quien venga, esta contundente afirmación es más que cierta… aunque tu intuición pareciera indicarte lo contrario.

¿Qué tienen en común figuras de la talla de Amadeus Mozart, Pablo Picasso, los Beatles, Bill Gates, Tiger Woods, Roger Federer, Serena y Venus Williams, las ajedrecistas Susan, Sofía y Judit Polgar, David Bechkam o Cristiano Ronaldo? Si tu respuesta es que todos y cada uno de ellos son prodigios innatos… debo decirte que te equivocas. Efectivamente, son prodigios, ¡pero no lo fueron siempre ni de la noche a la mañana! Detrás del talento de cada uno de estos hombres y mujeres existen muchas, pero muchas horas de práctica: no menos de diez mil, para ser exactos. Se dice que el genio es diez por ciento inspiración y noventa por ciento transpiración y, en efecto, lo es.

En 1991, Anders Ericsson se propuso investigar en qué consiste el talento natural y, luego de largos años de dedicación, concluyó que no existe evidencia alguna de que las personas excepcionales, sobresalientes y destacadas posean un don innato que justifique, per se, su altísimo rendimiento. Es decir, que el así llamado “talento” depende, en gran medida, de dos factores igual de importantes: las oportunidades que explotamos y las horas de vuelo que dedicamos. A lo largo de vida, todos contamos con cientos de miles de oportunidades para adquirir conocimiento y crecimiento, pero no siempre las aprovechamos. Esperamos que todo, de la noche a la mañana, nos venga servido en bandeja, cuando lo determinante es cuanto hacemos y dejamos de hacer para hacer que las cosas sucedan. Precisamente, esa dedicación es lo que distingue a los denominados “talentos” de las personas promedio.

 

La regla de los 10 años

Cuando presenciamos a una persona talentosa en acción, quedamos deslumbrados por la magia que derrocha, y no nos detenemos a pensar en cómo esa persona llegó adonde llegó. Asumimos que fue bendecida con un don sobrenatural, que tuvo la suerte de heredar; que siempre fue así, o que no le costó tanto llegar tan lejos; y que es inalcanzable e imposible de superar. Si cualquiera de estos talentos te escuchase, probablemente soltaría una sonora carcajada. Y es que los prodigios no nacen: se hacen. Trabajan mucho más que los demás, de manera que estos no tienen posibilidad alguna a su lado. ¿O sí la tienen? De hecho, sí. Las habilidades son notablemente similares en personas que tienen la misma cantidad de horas de práctica. Es difícil creer que tú o cualquiera pueda convertirse en experto con la práctica, pero la evidencia al respecto es contundente. Si practicases el mismo número de horas que un prodigio, lograrías un nivel similar al suyo, dependiendo de tu capacidad.

El mítico tenista estadounidense André Agassi cuenta en su autobiografía que, con apenas 7 años, su padre le decía: “Si golpeas 2500 pelotas de tenis al día, habrás golpeado 17500 a la semana y casi 1 millón de pelotas para fin de año. Y un niño que golpea 1 millón de pelotas al año será imbatible”. Así lo hizo… y el resto es historia. Sin importar sus genes o contexto, una persona que dedique horas y horas a practicar una y otra vez llegará a ser invencible, más temprano que tarde. Y es que la práctica hace al maestro: practice makes perfect, en inglés. De modo que, si quieres alcanzar la excelencia y la perfección, entrena sin tregua alguna y cosecharás, en el debido momento, los frutos de todo tu esfuerzo.

¿Sabías que Mozart, antes de cumplir 6 años, acumulaba 3500 horas de práctica? Pero no cualquier tipo de práctica. No basta con repetir una y otra vez lo mismo para convertirse en experto en ello. Pensemos, por ejemplo, en el arte de caminar. Todos caminamos todos los días, pero no por ello somos caminantes expertos. Para lograr la excelencia, la práctica debe ser intencionada (purposeful). A diferencia de cuando hacemos las cosas en “piloto automático”, practicar deliberadamente significa apuntar a un objetivo más allá de nuestro alcance, esforzándonos hasta alcanzarlo. Lo intentas muchas veces hasta que lo logras. Y una vez que lo logras, lo haces nuevamente, de forma consistente, hasta formar el hábito.

 

Crecer, crecer y seguir creciendo

Los expertos han logrado que sus cuerpos y mentes estén suficientemente preparados para trabajar de una determinada manera. La práctica intencionada permite realizar actividades complejas de forma consistente, agrupando en un solo movimiento la extensa sucesión de acciones involucradas en un proceso. De este modo, pueden ejecutar automáticamente la actividad en la que son expertos, logrando un óptimo desempeño y causando, incluso, la impresión de que es algo que realizan fácilmente, sin mayor esfuerzo. Si, por el contrario, los componentes de dicha acción se llevasen a cabo de manera disociada, la mente tendría demasiadas variables que considerar, perdiendo la sincronía, minimizando el rendimiento y exponiéndose a fallos recurrentes. El malabarismo, arte sencillo a primera vista pero de una complejidad sin par, es quizás el testimonio más vívido de todo esto.

Convertirte en experto en cierta práctica es algo que, realmente, debes querer. No puedes forzar a alguien a dedicar 10000 horas de su vida a hacer, concienzudamente, algo que no quiere. Esa persona tiene que querer practicar, por decisión propia, la regla de los 10 años. La práctica se convierte en una batalla de ideas y sistemas de entrenamiento, cuyo fin es alcanzar la máxima eficiencia a través del aprendizaje temprano y la superación continua, trascendiendo el promedio de lo “aceptable”. Los expertos son humanos y continuamente cometen errores, pero en lugar de hundirse en sus miserias, lamerse las heridas y ahogarse en sus culpas, son capaces de alzar la mirada, detectar los motivos de sus fallos y adaptar eficazmente su conducta por medio de la práctica deliberada. En tal sentido, el feedback que reciban de otros es crucial para superarse continuamente, adelantándose a errores que el propio ojo es incapaz de identificar por cuenta propia, y también es clave el feedforward que los invita a seguir adelante por el camino adecuado.

El “talento innato” está sobrevalorado: tener una mentalidad de crecimiento es muchísimo más importante. Las personas con mentalidad fija están convencidas de que su capacidad está predeterminada y no puede mejorarse, por lo que se autoimponen límites y se dedican a buscar culpables para justificar sus propios fracasos. Por el contrario, las personas con mentalidad de crecimiento asumen con responsabilidad sus errores y, en vez de atribuirlos a una falta de inteligencia o a factores externos, encuentran en ellos una oportunidad para crecer y esforzarse aún más. Donde otros solo ven imperfección, ellos perciben potencial. Confían plenamente en sus capacidades, y no con optimismo ingenuo sino, más bien, con realismo: saben perfectamente que el logro de sus objetivos está a su alcance, siempre y cuando se dediquen consistentemente a perseguirlos.

 

La teoría del talento innato sigue reinando, aun cuando aceptamos que la práctica es más importante de lo que creemos. En serio, ¿prefieres seguir creyendo que la excelencia y el éxito son solo cuestión de suerte, genes o circunstancias favorables? ¿No es mejor saber que, porque depende de nuestra práctica y dedicación, tenemos mucho más control sobre lo que logramos que lo que antes creíamos?

Renzo Chavez
11 febrero, 2020

DIRECTIVOS CON INSOMNIO

De acuerdo con la 22ª Encuesta Global Anual de CEOs publicada por PwC hace unos meses, el 79% de ejecutivos no logra concebir el sueño a causa de las bajas tasas de compromiso y retención de sus propios trabajadores. La fuga masiva del personal genera costos humanos inesperados, además de perjudicar el desempeño y cohesión de los equipos, la calidad del servicio y la salud del clima institucional. Desconcertados por este alarmante fenómeno, las compañías han reaccionado invirtiendo cifras desorbitantes de dinero en la recolección de información valiosa (data) que les permita tomar mejores decisiones, acordes a las nuevas necesidades del mercado y los insólitos perfiles de la entrante generación de colaboradores.

Pese a los cuantiosos desembolsos, muchas empresas no han logrado ralentizar el acelerado crecimiento de los índices de abandono. Los ejecutivos más sagaces concuerdan en afirmar que el problema no es la ausencia de data (que hoy, en la era de internet, abunda), sino, más bien, la escasez de individuos capacitados para interpretarla, analizarla y bajarla al plano de lo concreto. Como consecuencia, se avecina una encarnizada guerra por la captación, fichaje y reclutamiento de estos nuevos talentos (los intérpretes de la Big Data), cada día menos frecuentes, más demandados y mejor cotizados.

A la fecha, el 77% de ejecutivos está a la caza de perfiles con las siguientes habilidades clave: solución de problemas, cooperación, liderazgo, innovación, inteligencia emocional, gestión de riesgos, adaptabilidad y, por último (pero no menos importante), competencias digitales. Como consecuencia, el 60% de las compañías ha replanteado los perfiles de sus candidatos. No creamos, sin embargo, que los requerimientos profesionales de hoy serán los mismos que los de mañana. El mercado cambia a un ritmo vertiginoso y para muchos impredecible, por lo que, si realmente queremos tener con nosotros a los talentos del futuro venidero (y no solo a estrellas de corto plazo), debemos reconsiderar nuestra estrategia.

 

MAGNETISMO CORPORATIVO

Actualmente, el 93% de las organizaciones reconoce la necesidad de replantear sus políticas de atracción y retención de talentos. Si antes los postulantes prácticamente rogaban por tener un lugar en las grandes empresas, hoy los papeles se han invertido y, precisamente, son los gigantes del mercado quienes hacen hasta lo imposible por entrar en el radar de los candidatos top. Para lograr su cometido, los ejecutivos deben encontrar un anzuelo mucho más convincente que los meros incentivos económicos.

Las motivaciones y expectativas de la fuerza laboral fluctúan a ritmo impresionante, por lo que las organizaciones necesitan reinventarse una y otra vez si quieren enamorar (o, acaso, mantener enamorados) a sus actuales trabajadores y, cómo no, a sus potenciales miembros. Las generaciones entrantes hoy apuestan por desempeñarse en empresas que promuevan la diversidad, la conciencia ecológica, la digitalización, la agilidad y la armonía vida-trabajo. En unos años, lo más probable es que esto haya cambiado.

A lo largo de los años, sin embargo, un elemento ha permanecido inalterable en la ecuación, perfilándose como el factor determinante a la hora de decantarse por una u otra compañía: el propósito corporativo. Según cálculos y estimaciones, el 60% de los candidatos talentosos eligen deliberadamente trabajar en una u otra empresa teniendo en cuenta si los valores, principios y cultura de la misma se alinean (o no) con sus propias convicciones personales. Luego, no existe mejor imán de talentos (a corto, mediano y largo plazo) que un propósito potente, inspirador y genuinamente trascendente, traducido en comportamientos, políticas y buenas prácticas afines.

Cuando atraemos a las personas indicadas, estas normalmente llegan para quedarse, dar lo mejor de sí e, incluso, hacer carrera, aspirando a asumir puestos de servicio que les permita generar valor a gran escala. Su compromiso, dedicación y estrecha conexión con la identidad organizacional crea una estela de cambio sostenido a lo largo y ancho de la institución, inyectando novedad y vitalidad en el núcleo profundo de la misma. Así, la compañía alcanza un inusual magnetismo que le permite atraer hacia sí, año a año, a los mejores y más idóneos talentos del globo. Compañías de la talla de SAS, que recibe 65000 postulantes al año y solo cuenta con una ínfima tasa de 2% de deserción laboral, son una muestra ilustrativa de esto.

 

CANTERAS DIGITALES

No todos los talentos encajan adecuadamente en las compañías que los contratan. Para que un ingresante eche raíz y germine en una organización, muchos factores entran en juego; el más importante de todos: el fit cultural. Se trata, en pocas palabras, de cuán bien la persona hace match con el modus operandi invisible que nutre y conduce la vida de la institución. No tiene sentido, por tanto, que perdamos el tiempo ojeando currículos y rastreando perfiles, en el papel, interesantes. No se trata de fichar a los mejores, sino de encontrar a los indicados.

Un caso representativo de esto lo vemos en el ámbito del deporte, y, en concreto, del fútbol europeo. En los últimos años, equipos del Viejo Continente han roto récords históricos por la compra de deportistas que, paradójicamente, acabarían siendo transferidos, cedidos o relegados al banquillo. No era falta de talento: era falta de un terreno adecuado para que dicho talento florezca. Por el contrario, clubes de menor talla, como el Ajax, han sorprendido al mundo con su altísimo nivel de competitividad y rendimiento. Embajador del fútbol total de Johan Cruyff, el cuadro neerlandés es célebre por cuajar a las futuras perlas del balompié.

Es tiempo, por tanto, de migrar de una lógica de cartera a una mentalidad de cantera. Atraer a los indicados es solo el primer paso. Las organizaciones, además de ser verdaderos imanes de talento, están llamadas a ser incubadoras de los ‘codiciados’ del futuro. Compañías como PayPal (la Mafia de Silicon Valley) y Linio (el Amazon de Latinoamérica) son célebres por ser el alma mater de una generación de ejecutivos top. Por citar un caso, Elon Musk (Tesla), Steve Chen (YouTube) y Reid Hoffman (LinkedIn) formaron todos parte de la Mesa Directiva de PayPal. Por su parte, según un informe de Endeavor, Linio habría propiciado alrededor de su modelo cultural la creación de 66 start-ups, generando un efecto multiplicador en el ecosistema de innovación y en la configuración del mercado regional.

En un mundo donde la innovación disruptiva y la digitalización crecen aceleradamente, el insustituible valor de las personas se repotencia. Se estima que, en los próximos veinte años, 50% de los puestos actuales serán ocupados por Inteligencia Artificial. Sin embargo, las nuevas tecnologías nunca reemplazarán al talento. He ahí que un elemento fundamental en la gestión del talento vaya a ser la adopción de nuevas tecnologías que faciliten la inserción, la capacitación, el desarrollo y la mejora continua del trabajador. De nuevo en el ámbito del fútbol, un caso emblemático al respecto es el del Barça Innovation Hub, inédita plataforma de innovación deportiva que emplea data estadística para dar seguimiento al desempeño y crecimiento de los jugadores a tiempo real, orientando así la toma de decisiones del Director Técnico y garantizando la competitividad del club en un período sostenido. Definitivamente, tal como podemos atestiguar, el mercado evoluciona hacia la creación de canteras digitales, que, integrando tecnología y talento, potencien las fortalezas de las personas y permitan su óptimo desempeño y alineamiento con el propósito, valores y cultura de las instituciones.

 

CONCLUSIÓN

En respuesta a los bajos índices de compromiso y retención laboral, la gestión adecuada del talento cobra una importancia renovada para el éxito de las compañías a largo plazo. En un mercado altamente volátil, el magnetismo que ejerce el propósito, los valores y la cultura de una organización determina la permanencia de sus elementos idóneos. En este sentido, las empresas deben priorizar el hallazgo de los indicados, antes que “los mejores”, valiéndose de nuevas tecnologías y data que faciliten una mejor y más adecuada toma de decisiones. Y, en última instancia, deben apuntar a ser, ellas mismas, canteras de talento para el mercado, exportando a los directivos del futuro, a saber, a los mejores embajadores de sus culturas.